Inspira, confía... Expira, suelta... Inspira, confía... Expira, suelta... Mindfulness, la práctica de atención plena, nos enseña a estar en el momento presente. Aprendemos a aceptar, al contrario de reaccionar a lo que está ocurriendo. Nos enseña a vivir menos en el 'Modo Hacer' y más en el 'Modo Ser'. Durante el embarazo dediqué mucho tiempo a esta práctica, en preparación al parto y lo que viniera después. Mi deseo era tener un parto natural en el agua, no asistido por medicación y al ritmo que mi cuerpo lo dictara. Al mismo tiempo, estaba practicando para ser capaz de aceptar sea lo que fuera que la experiencia trajera al final. El no crear apego a la idea de mi experiencia deseada se encontraba al frente de mi práctica. Dar a luz es una experiencia llena de incertidumbre, en la que se nos pide, antes que nada, deshacernos de la necesidad de control. En el parto, la mujer debe rendirse por completo al proceso, ya se trate de un parto natural o no. Mi experiencia al final no se pareció en nada a lo que yo había deseado, pero puedo ver que fue exactamente como tenía que ser. Cinco días después de salir de cuentas debía ir al hospital para hacer algunas pruebas. Resultó que el líquido amniótico había desaparecido completamente, lo que significaba que era necesario inducir el parto. Este sería el primer revés... Ya desde el comienzo me veía privada de mi esperada experiencia de parto no asistido. Salimos del edificio y nos sentamos al sol; bastante desolada intentaba procesar las noticias. Ahí pude observar la mente hacer lo que mejor se le da: analizar, predecir, temer, juzgar, perder las esperanzas... Entonces me volví hacia la respiración: "Confía y suelta... confía y suelta... Si es así como debe ser, eso es lo que es. Sigamos desde aquí, respiración a respiración." Una vez en la habitación donde daría a luz, me sentí aliviada al enterarme de que la inducción no sería agresiva. De hecho, el objetivo era dar un empujoncito que desencadenara el proceso natural. Con esta nueva perspectiva, comenzamos el proceso que podría llevar hasta tres días. Sin embargo, ya desde el comienzo había señales de que el bebé no lo estaba llevando muy bien. Los latidos de su corazón decrecían cada vez que me ponía de pie o me sentaba. Intentamos regularlo de diferentes maneras. Fue increíble ver la cantidad de trucos que las matronas tienen para estas situaciones. Yo seguía aún muy positiva y creía que se trataba sólo de un pequeño bache en el camino. Pasaron las horas, tumbada en la cama del hospital, en silencio, respirando, haciendo la práctica de body scan, esperando... Pero, aunque yo no sentía que nada fuera mal, las perspectivas no eran buenas. La situación de los latidos empeoró y estaba claro que debíamos tomar una decisión. El bebé no podía continuar de esta forma durante muchas horas más, ni qué decir días... La única manera sensata de proceder ahora era una cesárea, antes de que aquello se convirtiera en una verdadera urgencia. Y simplemente así la idea de un parto ideal se desvaneció por completo. Al escuchar a la doctora decir esas palabras, de alguna manera, no sentí resistencia alguna: "El bebé necesita ayuda y no tiene sentido esperar más a que salga. Inspira, confía... Expira, suelta..." Recuerdo pensar como, en sólo una cuestión de minutos, tendría a mi bebé en mis brazos. Así que seguí respirando, repitiendo el mantra. Confiando, no reaccionando, sin darle espacio a la desilusión o la tristeza. Centrada en lo que estaba por venir. Los médicos se pusieron en marcha, nos explicaron la intervención y me prepararon para la operación. "Inspira, confía... Expira, suelta..." Llegamos al quirófano y una inmensa ola de emoción me recorrió todo el cuerpo. "Esto va a ocurrir de verdad, sólo respira, deshazte de la necesidad de controlar, toma un paso detrás de otro, sigue respirando, entrégate al proceso, entrégate, entrégate..." Una vez la anestesia estaba en curso, trajeron a mi marido a la sala y se dio paso a la intervención. Creo que en ese momento me sentí presente como nunca lo había estado antes. Sentí el corte, cómo abrían mi vientre, el dolor... ¡Una sensación tan intensa! Aquello sin duda me asustó. "¿Pero ha funcionado la anestesia en absoluto?" Más tarde mi marido me contó cómo la mesa se sacudía violentamente de un lado a otro. Cada vez que se adentraban más profundo en mi cuerpo, dejaba salir un sonoro 'aaaaaaaah', justo como había practicado para el dolor del parto natural. ¡Quién hubiera pensado que prepararme para el parto natural sería tan útil para una cesárea! Todo ocurrió muy rápido. De repente oí el primer llanto de mi bebé y sentí la expresión de mi cara pasar del sonoro 'aaaah' a la sonrisa de alivio y felicidad más grande. "¡Ya está aquí!" El pediatra lo reconoció rápidamente y lo trajo de vuelta a la camilla. Desde ese momento, no nos separamos. Del resto de la operación ni me enteré: mi nuevo amor estaba sobre mi pecho, en mis brazos, con sus ojos azules abiertos, respirando por primera vez... ¡fue mágico! Al final, Jannik nació sin estar expuesto a las drogas típicas de los partos asistidos por mucho tiempo (desde el comienzo de la intervención al momento que nació sólo pasaron 15 minutos), que era precisamente la principal razón por la que deseaba tener un parto natural. Allí sobre mi pecho, estaba despierto y relajado, como si todo el proceso hubiera sido un pase absolutamente simple. Gracias a la intervención descubrimos también porqué sus latidos bajaban tan dramáticamente cada vez que me ponía de pie o las contracciones aumentaban: su cordón umbilical, además de dar una vuelta alrededor de su cuello, estaba atrapado bajo la cabeza, con lo que se iba comprimiendo cada vez más tal como la presión crecía. Cuando recibí estas noticias, me di cuenta de la suerte que habíamos tenido de que el parto no empezara por sí mismo, aun cuando claramente el bebé había estado listo para salir hacía más de una semana. No quiero imaginar qué habría pasado si hubiera estado durante horas teniendo contracciones sin saber que él no las podía soportar. Resulta que estar en el hospital desde el principio y tener una cesárea le salvaron la vida. "¡Gracias universo!" Hay momentos en la vida en los que no comprendemos porqué las cosas ocurren como lo hacen, pero necesitamos CONFIAR en el proceso y SOLTAR todas las expectativas e historias que nos creamos en la cabeza. Los recuerdos de ese día son aún muy vívidos. Mi desilusión inicial de no tener lo que había deseado se ha convertido en pura gratitud y una sensación de rendirme a la vida. Porque lo mire por donde lo mire, resulta que al final sí tuve la experiencia que había deseado: ver a mi hijo nacer. Fue su nacimiento, no el mío. Él sabía exactamente cómo debía ser. Mis expectativas eran sólo mi mente inventando historias de las que ahora me puedo soltar. Ahora, dos meses después del nacimiento, puedo encontrar otra lección que esta experiencia me ha enseñado. Recuperarse de una cesárea requiere mucho tiempo, paciencia y ayuda de otros. Ha sido un tiempo para permitirme ser vulnerable y aceptar que no puedo ni tengo por qué hacerlo todo yo sola. Aún queda tiempo para volver a estar en forma al 100%, pero no hay prisa. ¿Por qué debería haberla? Lo único que hay que hacer es asombrarse de este pequeño milagro de la vida.