Desde hace un tiempo, sigo con interés el curso que los medios sociales están tomando en relación al tema del amor propio y fuentes de inspiración. No hay día que no encuentre algún mensaje de mujeres, madres, maestros, recordándome que sea menos dura conmigo misma, y que trabaje en encontrar el amor por mi Ser verdadero, sin reproches ni falsas expectativas.
Por mucho que me gusten esos mensajes, también veo el peligro detrás de un enfoque de “todo o nada” en esta actitud. Creo que adoptar una postura que sólo permite que se cuente un lado de la historia, nos puede hacer perder una parte vital de esa historia. Por eso, me surge una pregunta inevitablemente: ¿puede ser demasiado positivo malo en realidad?
Después de reflexionar mucho sobre esto, me parece que lo importante es cultivar un optimismo sano, más que una confianza ciega en que todo está y va a estar bien, porque sí. Optimismo sano para mí significa centrarse en lo positivo que ya existe, al tiempo que reconocemos lo negativo también. La razón por la que necesitamos hacer lo segundo, es que podemos aprender mucho de lo negativo. Creo que no reconocer lo que está mal o es erróneo y pretender que todo es genial, es una manera de protegernos de las adversidades internas del camino espiritual. La autocomplacencia no invita el crecimiento personal.
¿Significa eso que necesitamos oír más a nuestro crítico interno? No necesariamente más, pero sí de la manera apropiada. Para ponerlo de forma menos abstracta, voy a poner un ejemplo que las madres nos encontramos más a menudo de lo que nos gustaría reconocer: Es un día normal, estoy cuidando de mi pequeñín, haciendo recados y tareas del hogar, intentando recordar las mil y una cosas que quedan por hacer... Por su parte, el pequeñín quiere atención, quizá tan sólo un abrazo, sentarse a tomar el pecho en la mecedora, jugar un ratito juntos, o quién sabe, tal vez sólo necesita un vaso de agua. Pero yo estoy tratando de terminar todas estas cosas y las interrupciones no ayudan para nada. Al final, pierdo la paciencia y reacciono no muy gentilmente, probablemente alzando mi voz tal como voy. ¿Suena familiar? Puedes imaginar cuál es el diálogo interno que se inicia a partir de aquí. “¡Otra vez he perdido la paciencia! Qué poco amable he sido... Soy un fracaso como madre, ¡y como meditadora! ¿Por qué no puedo ser cariñosa, dulce y paciente todo el tiempo? Nunca lo conseguiré.”
Esta culpabilidad que muchas madres sienten (si no todas), está ahí por algo. Cuando leo mensajes como “Mamá, lo estás haciendo genial” y enunciados positivos por el estilo, sí, estoy de acuerdo que las madres necesitamos oír esos mensajes para contrarrestar el crítico interno que nos quiere hundir. Pero ignorar el hecho de que todo aquello sí que sucedió y que te hablaste a ti misma de forma negativa, no hace más que impedir llegar al objetivo de esa propia experiencia: aprender una lección sobre la paciencia y la amabilidad.
Este ejemplo es muy similar a la práctica de meditación. Cuando la gente prueba meditar, muchos dicen que no pueden hacerlo. Dicen que no es para ellos, porque no pueden parar de pensar y no pueden quedarse concentrados en la respiración todo el tiempo. Pero la verdad es que: 1) pensar es algo natural para la mente humana, no es un problema, y 2) cuando pierdes el hilo de la respiración y te das cuenta, ese es el momento en el que la práctica de mindfulness tiene lugar. Es entonces cuando vuelves a la respiración, a la práctica. Cuando meditamos esto ocurre una y otra y otra vez.
Hay una idea equivocada extendida que la gente medita para estar calmados y felices, todo el tiempo. La práctica de mindfulness no trata de estar bien siempre. Trata de crear un espacio en el que se permita estar a lo que existe, sin juzgarlo ni reaccionar contra ello. Lo negativo también. Trata sobre aprender a permanecer presente incluso con el malestar de emociones como la rabia, la tristeza, el miedo, y sentirse bien con lo que está ahí. No trata de ahogarlo, con el fin de ser feliz a toda costa. De hecho, son esos momentos los que encierran el verdadero tesoro de esta práctica. Cada vez que te das cuenta que no has sido amable, es una invitación a intertarlo de nuevo y encontrar la amabilidad en situaciones difíciles. De la misma manera que cuando meditas y tu mente se distrae, el momento en el que te das cuenta y vuelves a la respiración, es la verdadera práctica.
Reconocer lo negativo, sin embargo, no debería convertirse en obsersionarse con nuestras imperfecciones. Pues centrarse en lo negativo es muy autodestructivo y puede llevarnos a caer en las temidas profecías autocumplidas. Imagina decirle a un niño, que tiene la tendencia a ser gritón y travieso, que es un monstruito o un bicho, como decimos en el sur. Si escucha lo mismo todos los días, al final él mismo se convence de que esa es su naturaleza y por lo tanto, seguirá actuando como “un bicho” simplemente para darles la razón a sus padres.
Los pensamientos negativos se presentan de diversas formas. Puede ser el filtrado, cuando aumentamos los aspectos negativos y hacemos oídos sordos a los positivos. Es como si, de alguna manera, recordáramos lo que no funcionó y olvidáramos lo que sí fue bien. Otra forma de pensamiento negativo es la personalización, cuando nos culpamos de las cosas malas que nos ocurren. Luego está la catastrofización, que significa que anticipamos lo peor que podría ocurrir. Esto no es lo mismo que estar preparado para lo que pueda pasar, porque no buscamos posibles soluciones, sino que directamente creemos que no hay solución. Finalmente, tenemos la polarización, cuando vemos las cosas como malas o buenas en su totalidad. Esta actitud no deja que haya aprendizaje en nuestras experiencias.
Cuando meditamos, observamos cómo funciona nuestra mente. Si encontramos patrones que coinciden con estas categorías en nuestra forma de pensar, este sería el primer paso para cambiar nuestra actitud a una más positiva. Algo que sólo puede añadir valor a nuestra vida. Como dice Zig Ziglar, "El pensamiento positivo te permitirá hacerlo todo mejor que lo que el pensamiento negativo hará."
La conclusión final es muy simple: céntrate en lo positivo y aprende de lo negativo. Con esta combinación, unes el optimismo con el crecimiento personal. ¡Todos ganan! Tu camino puede presentarse ya pavimentado o lleno de piedras. Ante esta posibilidad, nos podemos sentir tanto agraciados cuando nos encontramos el camino fácil y también apreciar las piedras del camino como bendiciones. Al fin y al cabo es una cuestión de perspectiva.
Si estás interesado en leer más sobre el pensamiento positivo en general (eso sí, en inglés), échale un vistazo a este artículo. Y especialmente para los padres, os recomiendo buscaros una copia del libro Disciplina Positiva de Dr. Jane Nelsen. En esta web podéis leer sobre esta filosofía.
Que estas palabras, pensamientos e ideas te sean de ayuda y traigan calma y felicidad. ¡Namasté!