Imagina que alguien está andando hacia a ti en la calle y se cambia de acera al acercarse. Cuando nos pasa algo así nos lo tomamos de forma bastante personal, como si este extraño con el que nos hemos cruzado nos estuviera rechazando y tuviéramos que descifrar el por qué. Si el extraño es mayor que nosotros, pensamos que nos juzga porque somos jóvenes e irresponsables. Si parece rico, asumimos que temen que nuestra apariencia de clase trabajadora sea contagiosa. Si es una mujer, nos da por pensar que le parecemos demasiado simples. Si es un hombre, que somos demasiado complicadas. Ahora, tómate un momento para realmente visualizar todos estos encuentros hipotéticos. ¿De dónde provienen todas estas suposiciones sobre nosotros?
Independientemente de que estas conjeturas sean correctas o no, en ningún caso provienen de las personas con las que nos cruzamos. Mientras que no desarrollemos la habilidad de leer la mente, tenemos que simplemente admitir que es un error hacer suposiciones sobre lo que la gente piensa de nosotros (o sobre cualquier otra cosa, ya que estamos). De hecho, es una pura pérdida de tiempo y energía. (Hablando de leer mentes, este es curiosamente uno de los siddhis – superpoderes que se alcanzan a través del avance espiritual – llamado Parichitabhignta. Pero estoy bastante segura de que ninguno de nosotros está actualmente meditando o practicando yoga para llegar a este nivel de iluminación, ¿cierto?).
El caso es que somos expertos en proyectar nuestro propio drama a los demás. No nos damos cuenta de que el drama de sentirnos malentendidos y juzgados comienza ni más ni menos que en nuestra propia cabeza. Creo que en algún nivel subconsciente, pensamos que no somos suficiente y debemos ser juzgados por gente que ni siquiera nos conoce. Lo que realmente está pasando es que somos nosotros mismos los que nos estamos juzgando constantemente.
La razón por la que estoy reflexionando sobre esto es que me ocurrió algo así el otro día. Un hombre con un perro estaba andando hacia nosotros y literalmente nos esquivó como si fuéramos un bache en el camino. No es que cambiara de acera discretamente, pretendiendo que en realidad iba a otro sitio. Es que literalmente rodeó un coche que estaba aparcado a nuestro lado para volver a la acera. Realmente extraño… Siempre que me pasa algo así cuando estoy paseando a Lucy, esto es lo que se me pasa por la cabeza: “esta persona piensa que mi perro es malo/agresivo/enfermo/contagioso” y por lo tanto “esta persona piensa que soy una dueña mala/irresponsable/equivocada porque no sé cómo cuidar de mi perro”. De nuevo, párate un momento a pensar. ¿Es esto lo que pensó este hombre sobre nosotros? Bueno, puede ser. Pero espera, ¡quizá no lo fue! (Anda, mira a Lucy en la foto. ¡Me cuesta creer que un amante perruno no quisiera pasar por su lado!) Por eso, no convencida con las ideas que se me acababan de pasar por la cabeza, seguí haciendo suposiciones para intentar dilucidar lo que realmente había ocurrido. Esta vez, la conjetura alternativa era que este hombre no quiso pasar por nuestro lado, por si acaso los perros se pusieran a ladran y el bebé (que en efecto iba dormido en el carrito) se despertara. Y así de rápido, la historia cambió radicalmente, de un extraño muy crítico a uno extremadamente considerado.
La historia cierra con dos preguntas. ¿Cómo puedo saber si el caso de este extraño es el primero o el segundo? Y más importante, ¿realmente importa? Por mi parte, me quedo con la segunda alternativa. Para ponerlo de forma muy simple, los pensamientos de otras personas no pueden afectarme, pero sí pueden hacerlo los míos propios, y mucho. Si mis pensamientos son positivos y me elevan, si me hacen sentir conectada a los demás, si me hacen creer que el mundo en el que vivo me apoya, estaré en un estado mental mucho más calmado y alegre. Compara esto a siempre pensar que la gente está en tu contra, que tienes que defenderte constantemente, que este mundo es un lugar hostil... Después de considerar los dos lados de la historia, ¿no estás conmigo en que es mejor estar en el lado de la historia positiva?
Para terminar, echémosle un vistazo a esto a través de la lente de un yogui. Lo perfecto sería no juzgar, como los buenos yoguis hacen. Pero como somos humanos y en algún punto se alzará en nosotros esa voz interna crítica, nuestro trabajo es reconocer nuestros patrones mentales cuando nos ponemos a juzgar. El primer paso es simplemente conocer mejor nuestra mente y ser amable con ella. Sigue este diálogo interno la próxima vez: “Esta persona piensa que soy esto y lo otro... ¡Hala, mira! Ahí está mi mente juzgando lo que esta persona piensa de mí. ¿Pero cómo puedo saber qué está pensando? Además, ¿es esto realmente relevante para mí? ¿Me siento yo de esa forma sobre mí misma? ¿Hay algo que me gustaría cambiar?” Cuando no podemos evitar entrar en el “modo crítico”, podemos seguir los siguientes pasos: para, reconoce lo que está pasando, despréndete de las historias que te cuentas a ti misma. Y si simplemente no puedes soltar, entonces sigue haciendo más suposiciones hasta que llegues a una que te permita encontrar algo de paz. Practica, practica, practica.
¡Namasté!